sábado, septiembre 02, 2006

Excrecencias de la política europea
La ampliación de la Unión Europea a diez nuevos socios en 2004 -Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, Hungría, República Checa, Eslovaquia, Eslovenia, Malta y Chipre- parece que no ha terminado con algunas de las peores manifestaciones de la tradición política europea. En Polonia, cuyo ingreso en la UE había generado numerosas expectativas -pues se esperaba que asumiera el liderazgo de la zona, convirtiéndose en un referente positivo para sus vecinos-, se han hecho con el poder los hermanos Lech y Jaroslaw Kaczynski -en la foto, Presidente y Primer Ministro, respectivamente-, líderes del partido Ley y Justicia (PiS), una formación política que aspira a refundar el país sobre una revolución moral de corte integrista católico. Sus socios de Gobierno, dos formaciones ultras y antieuropeas llamadas Autodefensa (Samoobrona) y Liga de las Familias Polacas (LPR), no contribuyen precisamente a disipar la razonable preocupación suscitada en el resto de Europa por el discurso populista, homófobo y antisemita de la nueva clase dirigente polaca. En 2000, la entrada en el Gobierno austriaco del ultraderechista FPÖ tuvo como respuesta una contundente condena del resto de socios europeos, con adopción de sanciones incluida. Llevar el desencuentro hasta límites dramáticos -Haider, líder de la polémica formación, y Schüssel, canciller conservador, llegaron a plantear la posibilidad de convocar un referénfum sobre la permanencia de Austria en la UE- se demostró ineficaz, razón que quizá explique la actitud conciliadora actual, más concentrada en la pedagogía que en la coacción, de la Comisión y la Presidencia europeas.
Más contundente, sin embargo, debería ser la reacción a los ataques racistas contra húngaros producidos en Eslovaquia durante los últimos días. El Gobierno eslovaco, lejos de condenar los hechos, ha propuesto a través de su viceprimerministro, Dusan Caplovic, una declaración conjunta de ambos países para rebajar la tensión y, de paso, zanjar sus históricas disputas territoriales. En mi opinión, ligar el fin de los ataques racistas a la solución de un problema político es un acto irresponsable del que deberían tomar buena cuenta en Bruselas, pues ya no se trata de reinstaurar la pena de muerte o proscribir públicamente la homosexualidad -hechos, en sí mismos, de una gravedad extrema-, como pretenden los hermanos Kaczynski en Polonia, sino de legitimar políticamente, y en democracia, la violencia étnica que tanto horror sembró, hace unos años, en el llamado entonces "patio trasero de Europa": los Balcanes.
El resurgir de la extrema derecha, y el regreso de la violencia étnica, ensombrecen el futuro a corto plazo de algunos de los nuevos miembros de la UE. Las malas coyunturas económicas, o la puntual ineficacia de los partidos moderados en el ejercicio de gobierno, pueden servirnos para explicar el extraordinario apoyo popular que reciben las formaciones radicales, pero nunca para justificar las actitudes irresponsables de las elites políticas. Ha quedado demostrada, históricamente, la ineficacia de la represión y la violencia para solucionar los conflictos -pues en realidad solo los postergan, reapareciendo siempre en el tiempo-. La UE, además de fomentar el desarrollo, debe permanecer vigilante y garantizar, con firmeza y con hechos, el respeto a los derechos humanos en su territorio. Solo así acabaremos para siempre con las excrecencias de la política europea.