martes, agosto 29, 2006

Freak Power

Freak. Últimamente se ha hecho muy popular esta palabra. Originalmente aludía a una persona o animal inusual o deformado, pero hoy día admite otras acepciones que conviven armoniosamente con el significado primigenio. Actualmente también se entiende que es un “freak” aquella persona erudita en el conocimiento de algún ámbito de la creatividad humana -el cómic, el cine o el deporte- o en una de sus manifestaciones específicas –el manga, el cine Dogma, o el fútbol, por seguir con los ejemplos anteriores–. En el caso de muchos "freaks", el dominio de la teoría no se corresponde con una habilidosa aplicación práctica de su saber.
Quizá, el primero que llamó “freaks” a este tipo de personas tenía la intención de ridiculizarlas, de poner énfasis en la naturaleza improductiva –y por tanto extraña– de sus afanes e inquietudes. O tal vez pretendía todo lo contrario, y siendo él mismo un “freak”, consideró oportuno este vocablo para designar, sin eufemismos, a las personas que son especiales precisamente por sus raros hábitos de ocio.
En cualquier caso, la percepción que hoy día se tiene de los "freaks" es mayoritariamente positiva, de manera que, una vez más, el contenido peyorativo inicial ha abandonado el continente para dejar paso a un significado más agradecido, que ha terminado por mutar a nuestros ojos al significante mismo. Lingüística silvestre aparte, el reconocimiento social de los “freaks” probablemente se inserta en el marco de una revolución estética que comenzó a finales de los setenta, como parte de esa fase del desarrollo sociopolítico conocida genéricamente como posmodernidad. El orgullo de ser raro sería, en este sentido, la etapa superior de un proceso que comenzó con la reivindicación de lo kitsch, lo cutre, lo guarro, y lo hortera –de la que se dio buena cuenta en la mitificada movida madrileña–. La celebración en nuestro país del Spanish Bizarro Freak Festival –con invitados ilustres como Chiquito de la Calzada, los Hermanos Calatrava o Luixi Toledo–, o el movimiento popular surgido en torno a la demanda de reposición del programa de TV Humor amarillo, serían algunas de las manifestaciones contemporáneas más elocuentes de este fenómeno
Por otra parte, en sociedades económicamente avanzadas como la nuestra, muchos “freaks” han sabido rentabilizar sus conocimientos expertos. Un buen ejemplo de ello serían los probadores de videojuegos –modalidad avanzada de los críticos de cine, primeros “freaks remunerados–. También el famoso comentarista deportivo, adscrito al grupo PRISA, Julio Maldonado “Maldini", podría considerarse un potencial icono del mundo "freak", un espejo en el todas las jóvenes promesas pueden mirarse con devoción. Sin duda, la incorporación de los “freaks” al mercado laboral, en calidad de profesionales cualificados, ha provisto al imaginario colectivo de referentes positivos para la juventud.
En definitiva, lo raro mola y además vende. Tanto los raros por naturaleza, herederos directos del legado histórico de la tradición “freak" -Peíto, Risitas, Pozí y un largo etcétera-, como los miembros de la heterogénea intelligentsia "freak" -entre los que podríamos destacar a Iker Jiménez o Andrés Montes- están viviendo un buen momento, marcado por su protagonismo mediático, social y económico. Quizá una última prueba de su auge lo constituye el hecho de que uno de ellos quiere dar el salto a la política y cumplir con la misión histórica de llevar a los “freaks” a las instituciones. ¿Quién? Yola Berrocal, que ha fundando el YIL (Yola Independiente Liberal), y se presenta como candidata a la alcaldía de Marbella. ¿Lo conseguirá?. Ya lo veremos. De momento, necesita algo más de tres mil votos para salir elegida concejal. Ánimo Yola. Tu presencia en el consistorio marbellí oxigenará su envilecida dinámica política. Demuestra que los "freaks" estáis preparados para el asalto -democrático- al poder. Arriba el "freak power".

lunes, agosto 28, 2006

Perdedor


El hombre de la foto se llama Lionel Jospin. Fue Primer Ministro de Francia entre 1997 y 2002. Su jefe aquellos años era Jacques Chirac, todavía Presidente de la República francesa. Habida cuenta del antagonismo ideológico que separaba a ambos líderes -cosas del sistema político francés, que hace posible la "cohabitación" de dos mandamases de distintos partidos- aquel período de Gobierno tuvo, al parecer, sus cosas positivas: se redujo el número de desempleados a 900.000 personas, se amplió la cobertura sanitaria a las capas de población más pobres, y se avanzó moderadamente en el ámbito de los derechos civiles. Al parecer, esto no fue suficiente para los franceses, que en las elecciones presidenciales de 2002 relegaron a Jospin a un humillante tercer puesto, por detrás del ultra Jean-Marie Le Pen. En la segunda vuelta, el conservador Jacques Chirac no tuvo problemas para vencer holgadamente al candidato de extrema derecha, pues tuvo a su favor el voto incondicional -y excepcional- de toda la izquierda. Confrontado a semejante espectáculo, del que él era responsable en gran medida, Jospin optó por una digna retirada. Su decisión de abandonar la política fue, sin lugar a dudas, una inequívoca manifestación de madurez.
Desde 2002 ha llovido mucho en Francia. Los problemas que apearon a los socialistas del Gobierno -el estancamiento económico, la inseguridad ciudadana, la división social-, lejos de solucionarse, parecen aún más agravados -como botón de muestra, los disturbios callejeros de finales de 2005, o la primaveral contestación popular a la proyectada reforma laboral-. Los hombres fuertes del Gobierno, Villepin y Sarkozy, han malgastado parte de sus energías en las intrigas de palacio -pues ambos ambicionan la sucesión de Chirac- y la extrema derecha, como no podía ser de otro modo, sigue encontrando abonado el campo para su discurso populista, demagogo y xenófobo. En medio del caos, al que no es ajeno la izquierda ni el Partido Socialista, ha surgido una cara nueva: Ségolène Royal. No sabemos mucho de ella. Es mujer -la clase política francesa es masculina en un 90%-, más joven que otros dirigentes del partido -ella tiene 52 años, la mayoría supera los 60-, y tiene una dilatada experiencia política. Su discurso es nuevo y atractivo. Entre sus declaraciones más polémicas destacan las referidas a la represión de la delincuencia y a una mayor liberalización del mercado, que le han valido la acusación de conservadora. Por otra parte, el hecho de que la redacción de su programa estuviera abierta a todos los que quisieran aportar ideas, a través de Internet, demuestra al menos tres cosas:
1. Voluntad de encarnar un proyecto participativo, que implique al mayor número posible de personas, independientemente de su afiliación política.
2. Conciencia sobre la necesidad de afianzar duraderos canales de comunicación entre gobernantes y gobernados.
3. Sensibilidad para percibir las innovaciones y coraje para aplicarlas.
Si me preguntaran qué necesita el Partido Socialista para ganar las próximas elecciones presidenciales -lo cual tiene muy difícil- diría que, para empezar, necesita un candidato con las cualidades de Royal. Tan joven como el presumible candidato de la neogaullista UMP -Unión por la Mayoría Presidencial-, Nicolas Sarkozy, pero curtida políticamente. Sin complejos para abordar determinados asuntos desde una perspectiva alejada del izquierdismo tradicional, pero con un discurso propio y diferenciado de la derecha. En un contexto sociopolítico difícil, propicio para las mayorías electorales conservadoras, sólo un candidato que combine hábilmente amabilidad y firmeza, novedad y experiencia, puede llevar a la izquieda al Eliseo.
Pero claro, el camino de Royal hacia la presidencia está lleno de obstáculos. Para empezar, los dirigentes de su propio partido, que no soportan la idea de ver triunfar bajo las siglas del Partido Socialista a una mujer de criterio independiente. El último en unirse al frente antiroyalista ha sido el inefable Jospin, que hasta ahora había permanecido en un discreto -aunque nunca silencioso- segundo plano. Al parecer, quien perdió en las urnas frente al máximo representante en Francia de la peor escoria política y moral -el ultranacionalista LePen-, no sólo se cree con autoridad para criticar a Royal, sino que además se ve a sí mismo como candidato a la Presidencia. El mismo que hundió el barco quiere volver a ponerse al timón, y para ello propone, por supuesto, que prevalezca EL PARTIDO sobre los personalismos en la confección del programa.
En la vida es legítimo perder. Uno juega, asume un riesgo, y gana o pierde. No hay que darle más vueltas. Luego está el saber ganar -no convertir la victoria propia en un medio para ensañarse con los perdedores- y el saber perder. Jospin es un perdedor -porque sabe que lo es- que no sabe perder. Ha estado desaparecido en combate todos estos años, cuando su amado PARTIDO navegaba a la deriva de la conflictividad política y social, y reaparece ahora, igual de antiguo y acabado que antes pero con energías renovadas, dispuesto a sabotear cualquier posibilidad de recuperación del proyecto socialista. Y además no lo hace con un discurso personal, con una visión positiva y constructiva de Francia, sino contra una compañera de partido que trabaja por cambiar las cosas a mejor. En el fondo, lo que subyace a su afán por denostar el personalismo de Royal es su absoluta falta de carisma, carencia que intenta compensar profesando públicamente un hipócrita -o malentendido- patriotismo de partido.
Estoy seguro de que Ségolène Royal no es perfecta -ningún político lo es, ningún ser humano-, pero Jospin no es siquiera una opción, o no debería serlo. Puede que en esta batalla venzan al final los intereses del aparato del partido, y la candidatura de Royal se quede en un espejismo. En tal caso, con uno de los elefantes socialistas como rival de Sarkozy y LePen, el batacazo en las elecciones está garantizado. Confío en que no haya que llegar tan lejos, y que Royal supere esta difícil prueba. De no ser así, Francia perdería un buen candidato a la presidencia, pero el PS perdería aun más: una líder.